Madrid. Auditorio Nacional. 3-IV-2018. Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid. Luis Esnaola, violín. Director: Jordi Francés. Obras de José Luis Turina y Piotr Chaikovski.
Santiago Martín Bermúdez
El concierto para violín de José Luis Turina expone al solista no solo a la agresividad de la familia de la percusión (que a veces afloja como dándole cuartel, respiro), sino a la acogedora o al menos no tan aplastante acogida de otras familias. Porque, se diría, esto va de familias junto o frente al solista. No se trata de acompañamientos solo camerísticos; va algo más allá en la cantidad de músicos, va hasta las familias instrumentales, desde la contundencia percutiva del principio hasta la sutileza de tramas del corazón de la pieza (tres movimientos, sin título, para qué). Y esas familias marcan la trama, más que la tímbrica. Solista y familias (cuerdas, maderas, por ejemplo) forman un crecimiento que es una trama. El virtuoso, Luis Esnaola, se desenvuelve imparable junto a esas familias y llega a la culminación de la obra con la complicidad de Jordi Francés: una culminación que no coincide con el ápice decibélico. Los compositores contemporáneos, es sabido, a menudo nos asustan con fortissimos inopinados que estropean las obras.
Lo más sutil (palabra desgastada, sí, pero que indica lo delgado frente a los grueso) es lo más penetrante; no lo más profundo ni lo más pretencioso: la elegancia del (más o menos) corazón de la pieza, ese al parecer rondó que al parecer es scherzo, ahora que las formas no mandan, sino que obedecen. Y menos aún cuando se compuso esta obra, que es de 1987. Turina demuestra con obras como ésta, de antaño, mas también con las que ocasionalmente le oímos hogaño, que es uno de los compositores españoles de auténtica talla artística. Este Concierto para violín ha tenido la suerte de estar hoy en manos de quien ya invocábamos, el del joven virtuoso Luis Esnaola, que parecía muy partícipe con el conjunto de jovencísimos y entregados músicos de la JORCAM. Esnaola no estaba en mundo cuando se estrenó el Concierto de Turina. Entonces la estrenó el inolvidable Víctor Martín, otro enorme virtuoso.
La segunda parte ofrecía una obra demasiado conocida, la Cuarta sinfonía de Chaikovski, como para permitirse versiones de referencia (Radio Clásica retransmitía el concierto casi en directo, con apenas media hora de desajuste). Se lo tomó Jordi Francés y el conjunto como el doble deber de este tipo conciertos: como ejercicio para músicos de atril, con una obra muy del repertorio; y como concierto para el público, que viene a oír «de nuevo» o quién sabe si por vez primera, una de las más importantes piezas sinfónicas del repertorio. El pathos subyacente en Chaikovski no lo disimuló Francés con los jóvenes; simplemente, no lo explotó, no lo enfatizó. No necesitó subrayar. Ni en las llamadas del destino, que ya tienen su propio énfasis (y mucha literatura, empezando por las cartas entre Piotr Ilich y Nadiezhda Mandelstam), ni en el cantábile triste del Finale, ni siquiera en las también triste danzas del movimiento inicial.
De manera muy subjetiva, porque creo que esto es mi preferencia, no trato de generalizarla, destacó el Scherzo, con su pizzicato, con su trío dominado por las maderas. Este movimiento es magistral, y el predominio del pizzicato y su uso no son ajenos a ello; pero es un momento mágico para el conjunto, y los jóvenes de la JORCAM, con Jordi Francés, han sabido aprovechar la ocasión. Esa magia no es la suspensión de lo fascinante, la hipnosis; no es lo emotivo, lo conmovedor. Es eso, un scherzo, un relajo en medio del camino de esta sinfonía triste. Y así lo han hecho la JORCAM y Francés: un intento de alegría, a sabiendas de que en medio de este discurso eso no es posible. Un intento, que sale más logrado que el del Allegro inicial, cuando todos, músicos, director y el propio Piotr Ilich, saben que esas danzas no son para bailarlas, son un recuerdo, una evocación, lo que ya no es. Como si estuviéramos en el Allegretto grazioso de la Patética: recuerdos, dolor. Pero si hay idénticos recuerdos, el dolor es todavía menor. El intento de triunfo, quién sabe: acaso Piotr Ilich se lo cree. Los jóvenes de la JORCAM no están para complicidades en este caso. Francés, tampoco. Por eso les salió una Cuarta de Chaikovski bastante original y notable.