Revista Codalario: Ensemble Sonido Extremo en el auditorio 400 del museo Reina Sofía bajo la dirección de Jordi Francés

Los caminos de la composición contemporánea, ¿son inescrutables?

Por David Santana

Madrid. 26-XI-2018. Series 20/21 del CNDM. Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. XXIX Premio Jóvenes Compositores de la fundación SGAE – CNDM. Ensemble Sonido Extremo. Director: Jordi Francés. Gouache de José Luis Valdivia,  Evanescente Latir de Inés Badalo, Espejismo volátil de Román González Escalera y Límites del negro de Hugo Gómez-Chao.

Me gustaría pensar que, de algún modo, el concierto final del XXIX Premio Jóvenes Compositores otorgado por la Fundación SGAE y que se ofreció en el marco de la temporada Series 20/21 del CNDM es como mirar a través de una mirilla hacia el futuro, o incluso mejor, como cuando uno pega la oreja tras la puerta para intentar «cotillear» sobre qué se está hablando en la habitación de al lado. Si bien es cierto que las obras que pudimos escuchar anoche están claramente insertas en los estilos y «escuelas» –si es que sigue siendo digno el uso de éste último término– actuales, hay quien se puede atrever a elucubrar qué nos deparará el futuro en el campo de la producción de música contemporánea de nuestro país. Veamos, pues, si el análisis de la velada del pasado lunes nos puede ayudar a disipar las tinieblas del porvenir.

Sin embargo, antes de comenzar a escrutar las obras que se estrenaron en el auditorio del Museo Reina Sofía, me gustaría recalcar la importancia tanto de este certamen, que permite al público general conocer las últimas novedades de la composición, como el hecho de contar para tal evento con el Ensemble Sonido Extremo, de origen extremeño –supongo que de ahí lo de «extremo»– y formado íntegramente por intérpretes españoles. Y es que ya sabemos que Extremadura es tierra de conquistadores, y estos jóvenes están dispuestos a «conquistar» las salas de conciertos del Viejo y el Nuevo Mundo, algo que, si siguen interpretando este repertorio con el sentimiento y precisión con lo que lo hicieron en la pasada velada, sin duda lograrán.

La primera obra en ser puesta a prueba fue Gouache de José Luis Valdivia. Del texto que el autor publicó en el programa de mano rescato dos palabras: contraste y timbre. Creo que estos dos aspectos fueron lo mejor de su propuesta. El contraste que desde el principio se dio entre el agudo de la cuerda y el grave de un piano sobre el que Beatriz González mostró una gran versatilidad, desde la fuerza y oscuridad de los bajos rítmicos de esta primera obra hasta los pasajes agudos, rápidos y brillantes en las obras posteriores. Tras esta primera sección, la obra llega a un clímax en el que Valdivia fuerza el sonido de los instrumentos, llegando a conseguir una sonoridad muy interesante gracias en parte a efectos electroacústicos. A este punto álgido, le sucede la necesaria distensión hasta llegar a un momento en el que sólo se escuchaban soplidos y la lira, seguido de un prolongado silencio. En definitiva, una buena obra que aúna la experimentación en el timbre de los instrumentos con una propuesta de discurso que resulta atractiva a la escucha.

Posteriormente sonó la obra de Inés Badalo Evanescente latir. En ella pudimos percibir multitud de efectos sonoros muy imaginativos. Los innovadores timbres que fue capaz de reproducir fue lo más interesante de esta propuesta. También es destacable el trabajo que realizó en esta pieza el Ensemble Sonido Extremo teniendo que adaptarse a formas impensables de tocar sus instrumentos.

Ramón González Escalera presentó Espejismo volátil, una obra que describe como «canto desesperado y rabioso». En ese aspecto, logró su objetivo, por lo que ya de por sí merece reconocimiento. Los arrebatos del cello y el piano, la agitada conversación entre instrumentos, los motivos de la marimba… todo ello crea una sensación de constante fluir de la música, mientras el oyente puede experimentar en sus carnes una verdadera sensación de agobio, que se ve incrementada debido a la fuerza sonora de esta pieza.

Por último, pudimos escuchar Límites del negro de Hugo Gómez-Chao. La descripción que hizo de su propia obra me pareció, de todas, la más acertada. Fue fácil diferenciar los bloques de sonido que menciona: el primero formado por células de sonido muy breves que fluyen rápidamente de un instrumento a otro. En contraposición a este bloque dinámico y lleno de ritmo surge desde el clarinete bajo otro estático que acabará por imponerse. Finalmente los violines tratarán de volver a traer el movimiento, sin lograrlo con éxito, ya que la obra se ve abruptamente interrumpida, rompiendo completamente con las expectativas del espectador y dejándole con ganas de escuchar más. Esto es especialmente relevante, ya que creo –e invito al compositor a corregirme si no es así– que Gómez-Chao escribe esta parte pensando en el receptor de la obra, ya sea el público o el jurado. De esta forma, se desembaraza los dogmas de las escuelas centroeuropeas del siglo pasado y toma la vía que, en mi modesta opinión, es la correcta.

El jurado debió de estar de acuerdo conmigo, ya que decidió premiar con el máximo galardón al joven compositor coruñés. En este aspecto, podemos respirar aliviados, ya que, aun siendo imposible saber cuáles serán los, por ahora, inescrutables caminos de la composición contemporánea; sí que se está avanzando por el buen camino: el que dirige hacia el público, con el que los nuevos compositores, según parece, comienzan a reconciliarse.

Levante y Beckmesser.com: Sonido Extremo en Ensems

Solista: Jeanne Maisonhaute (violonchelo). Director: Jordi Francés. Pro­gra­ma: Obras de García-Tomás, Arroyo, Río Pareja y Haas. Lugar: Palau de la Música (Sala García Navarro). Entra­da: Alre­de­dor de 150 perso­nas. Fe­cha: Miércoles, 25 abril 2018. 

Justo Romero

Ya en la recta final de la cuadragésima edición del Festival Ensems, que se desarrolla en Valencia desde el pasado 10 de abril, le ha correspondido el turno a Sonido Extremo, versátil y bien ensamblado conjunto instrumental extremeño cargado de calidad en cada uno de sus integrantes. El grupo es símbolo y reflejo del nuevo y dinámico auge musical que en la actualidad disfruta la Comunidad Extremeña.

En su debut en Ensems, sus ocho integrantes han sido dirigidos por el ascendente maestro alicantino -de Banyeres de Mariola- Jordi Francés, que concertó con rigor, conocimiento y dominio un programa que agrupaba obras de compositores tan contrastados como los barceloneses José Río Pareja (1973) y Raquel García-Tomás (1984), el limeño Juan Arroyo (1981) y el austriaco Georg Friedrich Haas (1953), reconocido como uno de los más destacados creadores de su generación en el ámbito de la música espectral, y cuyo “Tria ex uno”, compuesto en 2001, cerró el programa, que fue seguido por un silencioso público que llenó la Sala García Navarro del Palau de la Música.

El programa, cargado de interés y buena música, se abrió con el estreno absoluto de “Tiempo suspendido”, “estudio sonomecánico” en el que García-Tomás vierte una auténtica exhibición de su conocido talento para generar sonidos, que en este caso se identifican e incorporan a imágenes muy diversas y fugaces para impregnarse en ellas y crear un conjunto redondo y unitario pleno de virtuosismo e impactos sensoriales.

De Juan Arroyo se escuchó “Saturnian Song”, ciclo de tres canciones, cuyo origen arranca en 2016, cuando Sonido Extremo dio a conocer la primera y tercera de ellas, la última de las cuales está precisamente dedicada al conjunto extremeño, que, junto a las dos anteriores, la hizo oír el miércoles con la colaboración solista de la estupenda violonchelista francesa Jeanne Maisonhaute, miembro del Cuarteto Tana. Los efectos acústicos, fruto de la transformación del sonido natural del violonchelo, y la estupenda implicación de los músicos extremeños y el virtuosismo de todos, cuajaron una fiel versión de tríptico, en la que poesía y cante jondo se cruzaron y abrazaron en el “potente entorno de ritmos tribales, sensaciones acústicas e intensidad expresiva” del que habla el compositor.

La música plena de matices, colores y sutilezas de Río Pareja estuvo representada por “Luminosa Azul”, de 2016, y por “Estrellas variables”, compuesta un año antes. Dice Leo Brouwer que el heredero natural de Debussy es Takemitsu y no Messiaen. Sin entrar en esta dualidad, sí se puede decir que uno de los claros herederos de Debussy en España es Río Pareja. Bastan los redondos siete minutos que dura Luminosa azul para sentir en sus contrastes, evoluciones y sonoridades el impresionista mundo del compositor francés. Un mundo que Río Pareja hace suyo sin perder su propio sello y personalidad. Éxito grande y merecido de todos: intérpretes, compositores y del propio Festival Ensems. Enhorabuena.

Revista Scherzo – CRÍTICA / La JORCAM: lo contemporáneo y el repertorio

Madrid. Auditorio Nacional. 3-IV-2018. Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid. Luis Esnaola, violín. Director: Jordi Francés. Obras de José Luis Turina y Piotr Chaikovski.

Santiago Martín Bermúdez

El concierto para violín de José Luis Turina expone al solista no solo a la agresividad de la familia de la percusión (que a veces afloja como dándole cuartel, respiro), sino a la acogedora o al menos no tan aplastante acogida de otras familias. Porque, se diría, esto va de familias junto o frente al solista. No se trata de acompañamientos solo camerísticos; va algo más allá en la cantidad de músicos, va hasta las familias instrumentales, desde la contundencia percutiva del principio hasta la sutileza de tramas del corazón de la pieza (tres movimientos, sin título, para qué). Y esas familias marcan la trama, más que la tímbrica. Solista y familias (cuerdas, maderas, por ejemplo) forman un crecimiento que es una trama. El virtuoso, Luis Esnaola, se desenvuelve imparable junto a  esas familias y llega a la culminación de la obra con la complicidad de Jordi Francés: una culminación que no coincide con el ápice decibélico. Los compositores contemporáneos, es sabido, a menudo nos asustan con fortissimos inopinados que estropean las obras.

Lo más sutil (palabra desgastada, sí, pero que indica lo delgado frente a los grueso) es lo más penetrante; no lo más profundo ni lo más pretencioso: la elegancia del (más o menos) corazón de la pieza, ese al parecer rondó que al parecer es scherzo, ahora que las formas no mandan, sino que obedecen. Y menos aún cuando se compuso esta obra, que es de 1987. Turina demuestra con obras como ésta, de antaño, mas también con las que ocasionalmente le oímos hogaño, que es uno de los compositores españoles de auténtica talla artística. Este Concierto para violín ha tenido la suerte de estar hoy en manos de quien ya invocábamos, el del joven virtuoso Luis Esnaola, que parecía muy partícipe con el conjunto de jovencísimos y entregados músicos de la JORCAM. Esnaola no estaba en mundo cuando se estrenó el Concierto de Turina. Entonces la estrenó el inolvidable Víctor Martín, otro enorme virtuoso.

La segunda parte ofrecía una obra demasiado conocida, la Cuarta sinfonía de Chaikovski, como para permitirse versiones de referencia (Radio Clásica retransmitía el concierto casi en directo, con apenas media hora de desajuste). Se lo tomó Jordi Francés y el conjunto como el doble deber de este tipo conciertos: como ejercicio para músicos de atril, con una obra muy del repertorio; y como concierto para el público, que viene a oír «de nuevo» o quién sabe si por vez primera, una de las más importantes piezas sinfónicas del repertorio. El pathos subyacente en Chaikovski no lo disimuló Francés con los jóvenes; simplemente, no lo explotó, no lo enfatizó. No necesitó subrayar. Ni en las llamadas del destino, que ya tienen su propio énfasis (y mucha literatura, empezando por las cartas entre Piotr Ilich y Nadiezhda Mandelstam), ni en el cantábile triste del Finale, ni siquiera en las también triste danzas del movimiento inicial.

De manera muy subjetiva, porque creo que esto es mi preferencia, no trato de generalizarla, destacó el Scherzo, con su pizzicato, con su trío dominado por las maderas. Este movimiento es magistral, y el predominio del pizzicato y su uso no son ajenos a ello; pero es un momento mágico para el conjunto, y los jóvenes de la JORCAM, con Jordi Francés, han sabido aprovechar la ocasión. Esa magia no es la suspensión de lo fascinante, la hipnosis; no es lo emotivo, lo conmovedor. Es eso, un scherzo, un relajo en medio del camino de esta sinfonía triste. Y así lo han hecho la JORCAM y Francés: un intento de alegría, a sabiendas de que en medio de este discurso eso no es posible. Un intento, que sale más logrado que el del Allegro inicial, cuando todos, músicos, director y el propio Piotr Ilich, saben que esas danzas no son para bailarlas, son un recuerdo, una evocación, lo que ya no es. Como si estuviéramos en el Allegretto grazioso de la Patética: recuerdos, dolor. Pero si hay idénticos recuerdos, el dolor es todavía menor. El intento de triunfo, quién sabe: acaso Piotr Ilich se lo cree. Los jóvenes de la JORCAM no están para complicidades en este caso. Francés, tampoco. Por eso les salió una Cuarta de Chaikovski bastante original y notable.

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